El arribo y expansión de las casas de apuestas en el mundo del deporte genera polémica y preocupación en la sociedad, puesto que es una práctica que, por un lado invoca sospechas sobre la influencia que pueden tener a la hora de “comprar” resultados, y al mismo tiempo pueden generar trastornos de salud en las personas que participan de las mismas, sin mencionar el problema económico que pueden causar.

No obstante, el mundo del Rugby se mantiene como un bastión que prioriza los valores por sobre el rédito que puede obtener una institución por medio del auspicio de estas poderosas casas de juego.

De hecho, el presidente de la Unión Argentina de Rugby (UAR), Gabriel Travaglini, fue enfático al afirmar que la posibilidad de permitir este tipo de publicidad es nula: “Nos interesa que el auspiciante tenga conceptos similares a los nuestros. No priorizamos la guita por sobre el perfil de la empresa. Por ejemplo, a las casas de apuestas no las veo dentro del rugby”, declaró en diálogo con el medio La Nación.

Lo cierto es que, mientras la UAR se mantiene al margen, el flagelo de las casas de apuestas impacta fuertemente en otros deportes. El caso más notable es el del fútbol, pero también tienen pesos en el hockey y el tenis, sin ir más lejos.

Vale destacar que, lejos de profesar una falsa impostura moral, el efecto de las apuestas es notable y perjudicial. Miembros de cuerpos docentes y directivos de escuelas y distintos especialistas en salud mental vienen alertando desde hace tiempo sobre cómo los chicos en edad escolar están manifestando conductas adictivas al juego por su teléfono celular convertido en un casino móvil: inventan estrategias, roban los datos de las tarjetas de crédito de sus padres y, sobre todo, se endeudan.

En este contexto, es importante que se intente desde el deporte, uno de los ámbitos más sanos y más formativos para la juventud, ensayar una práctica que no fomente el consumo de juegos de azar por identificación con los clubes a los que auspician.