Olía a medalla, y a medalla supo. Olor y sabor a oro, como el aroma y el paladar del mejor vino. Hugo González mejoró, en los 200 espalda, su metal plateado de los 100. Nadó como hace siempre, de menos (es un decir) a más. A todo. Pasó en sexto lugar por los 50 metros. No estábamos inquietos: es su táctica. En segundo por los 100. ¿No iba demasiado aprisa? ¿No tendría que ir todavía cuarto o quinto? ¿Estaba impaciente? ¿Se había precipitado? ¿Acusaría al final el esfuerzo?
Por los 150 dobló en tercer lugar. Bien. Había ralentizado un poco antes del envite final, del último largo. Guardaba unos gramos de energía. Había equilibrado los esfuerzos, perfectamente sopesados. Son muchas horas de entrenamiento y de cronómetro. Lleva en la cabeza, incorporados al sistema nervioso, como un todo indivisible, los segundos sumergibles o aéreos y las brazadas mirando al techo, al cielo. Es un atleta y un reloj. Un hombre y una máquina. Un hombre de fuego-hielo y una máquina de precisión. Ahora, tras el último viraje, debía acelerar a tope, ya sin cálculos, ni tácticas. A morir. A ganar.
Y así fue. No ofreció ninguna duda a los ojos de quienes contemplaban, en Doha, la final mundial. Las distancias que iba estableciendo entre él y los demás eran perceptibles y crecientes. Nadaba. Volaba. Ya no había inquietud entre los expedicionarios españoles y entre quienes veían la prueba por televisión, sino júbilo anticipado metro a metro. El cronómetro fue, como siempre, exacto e imparcial: 1:55.30, marca personal que, empero, no amenaza el récord plastificado de Aschwin Wildeboer (1:54.92). Tras él, lejos, el nadador suizo Roman Mityukov: 1:55.40.
Hugo, que cumplirá 25 años el lunes, fue campeón mundial júnior a los 16 en la misma prueba. Es el cuarto medallista español de oro en la natación en línea, tras Martín López Zubero (dos oros), Nina Zhivanevskaya (ambos espaldistas) y Mireia Belmonte. Certifica de la mejor manera posible su liderazgo en la natación española. Viene de algunas dudas, tiempo atrás, a causa de la falta de compensación de tantos esfuerzos. Pero parece curado de tales pensamientos.
Este oro sólo puede proporcionarle motivos para seguir sacrificándose, y no precisamente en vano o de modo insuficiente. Y, atención, la suya no es «sólo» una medalla. Es un oro, el metal que vale más que todas las platas y todos los bronces juntos. Ya lo echábamos mucho en falta. Ya lo necesitábamos. Es oro todo lo que reluce.
Fue un buen día para España, cuyo equipo femenino de waterpolo logró la medalla de bronce, al imponerse a Grecia (10-9). Por la mañana, en las semifinales, el relevo 4x200 libre batió (7:10.63) el récord de España. Y Luis Domínguez, con 1:47.02, el individual. Se lo arrebató a César Castro (1:47.13). El mismo Castro lo recuperó (1:47.01) en la final de la tarde, con el equipo octavo (7:11.65). Mario Mollà, entró en la final de los 100 mariposa. No así África Zamorano en la prueba femenina de 200 espalda.